Recuerdo bien los últimos meses del 2007, fue el año donde la “ola de violencia” llegó con la fuerza de un tsunami. Arrasando con las relaciones de confianza entre los tijuanenses. Llevándose consigo la armonía que yo siempre había sentido en mi ciudad.
Seguramente muchos, como yo, fueron testigos de cómo cambiaron radicalmente las formas en que habíamos convivido, Tijuana, siendo una ciudad con una vida nocturna destacada, donde en algún momento existió lo que se conoció como la barra más grande del mundo, dejó de ser un lugar de esparcimiento para convertirse en un campo de batalla.
En ese entonces me encontraba en plenas vacaciones de invierno y tuve el tiempo para enterarme de lo que sucedía, o al menos lo que los medios de comunicación compartían. En las noticias no dejaban de anunciar las múltiples escenas de violencia que no eran muy distintas a las peores películas de terror: cuerpos decapitados con narco mensajes, cuerpos colgados en los puentes de las principales vialidades (donde los pies llegaban a la altura del parabrisas y manchaban de sangre las ventanas y techos de los carros), bolsas de basura con cabezas y otras extremidades, no siempre de la misma persona, entre otras escenas que no eran muy distintas a las producciones holiwoodenses (por eso no veo películas violentas, ya vi suficientes escenas en la vida real). Como referencia, en ese año y hasta la fecha, es prácticamente imposible tener acceso a datos duros oficiales, que provengan de una institución de seguridad pública. Los datos disponibles, según fuentes no oficiales, se encuentran en un rango de entre 248 y 310 homicidios durante el 2007, sin considerar la cifra negra (delitos no denunciados).
El cambio de gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI) al Partido Acción Nacional (PAN) dejó ver los pactos entre las instituciones públicas, la iniciativa privada y el narco.
Entre otras cosas, fue la suspensión del servicio de recolección de basura lo que me hizo “actuar”. ¿Y qué tiene que ver la recolección de basura con la violencia? Tiempo después lo entendí, aunque en ese momento puedo decir que fue una reacción, más un instinto que una respuesta, en ese proceso me di cuenta de que hemos distorsionado los conceptos de público y privado.
Ver noticias donde la “basura” sumaba a la desconfianza entre las personas fue algo que no tenía sentido para mí. Yo no podía concebir que los residentes de estas comunidades no fueran capaces de ver que los desechos que generaban la molestia, eran producidos por ellos mismos todos los días. Lo que abonaba a incrementar la molestia. Durante varias semanas, la apatía ciudadana se vio reflejada en la creciente acumulación de residuos en las calles de Tijuana.
Eso fue el inicio de una aventura. Lo que para algunos era basura, yo lo vi como una oportunidad. Para mí no dejaban de ser recursos mal aprovechados. Así como todos aquellos habitantes que olvidaron ser ciudadanos, individuos desaprovechados por la sociedad.
Supongo que tiene que ver con la educación que se recibe en casa, a mí me inculcaron ayudar siempre que pueda. O tal vez tiene que ver conmigo, con mi esencia, más que con mi formación y contexto.
Mientras se inundaban las calles de sangre, yo procuré hacer lo posible por transformar el espacio y la forma en que las personas se relacionaban entre sí. Mientras otros sembraban terror, yo empecé a sembrar árboles.
Hoy acepto que ese invierno de 2007 abrí una caja de pandora. No dimensioné lo que sucedería después. Simplemente, se me hizo fácil.