En incontables ocasiones he intentado hacer que algo suceda o funcione.
En incontables ocasiones he intentado hacer que algo suceda o funcione. Parece que mi motivación va más allá de la simple ocurrencia y curiosidad de retarme a hacer una idea realidad. Aún así, sabiendo que materializar algo pocas veces es simple, no dejo de intentarlo.
Cuando se trata de promover la participación ciudadana a través de una organización civil, el reto es mayor. Al menos eso me parece. Contrario a la motivación de la iniciativa privada, donde la utilidad, el control, la expansión, el posicionamiento y la consolidación es la gasolina del motor que moviliza la maquinaria compuesta por los recursos disponibles, en los organismos de la sociedad civil el incentivo va más allá de lo visible. En mi caso, es la idea de vivir en una sociedad más justa para todas las personas.
Hace unos días me encontraba en Nuevo Laredo, una ciudad fronteriza como Tijuana, mi ciudad natal. Debo decir que, a pesar de no ser la primera ocasión de sentir su clima de verano y disfrutar de la calidez de su gente, en esta visita la sensación fue distinta. Me conmovió ser testigo de lo que parece habitual, de lo que ya no sorprende; de lo “caliente[1]” del ambiente.
Recuerdo perfectamente cuando en Tijuana llegué a preguntarme si los sonidos que escuchaba eran cuetes[2] o balazos. Así como en las localidades donde se celebran a los Santos en la iglesia, se escuchaban detonaciones que anunciaban la llegada del nuevo “mayordomo” que carga con la responsabilidad de cuidar del Santo y quien está dispuesto a anunciarse con una celebración comunitaria. De pronto me encontré en un territorio en disputa, como si las balas fueran la orina de un perro que marca territorio al olfatear el aroma de otro perro. El intercambio de balas anuncia que ha llegado el nuevo.
He aprendido a lidiar con la verdad, aunque duela, aunque se “apachurre” el corazón, con la realidad que ven y viven las personas con las que convivo y por las que trabajo. Con la misma necedad del sol que sale todos los días, siembro la semilla del respeto por las personas, por el territorio que compartimos, reconociéndonos como un todo.
Mientras unos llegan anunciando su llegada con balas, mi presencia se notará con el involucramiento de quienes pueden inspirarse con mis acciones. Lo más difícil es ser congruente en un país que funciona de todas las formas menos de las que están escritas, como si fuera posible ocultarlo.
¿Cuál será la medicina del Alzheimer social para recuperar la memoria colectiva que nos recuerde el pasado que siempre vuelve? ¿Qué de lo que no ha funcionado se puede utilizar para hacer que nuestras instituciones funcionen?
Estoy segura que en las lecciones que vivimos están las enseñanzas que hemos invisibilizado porque muchas veces nos han dicho, a conveniencia, que no puede funcionar de otra manera.
Con la certeza de que la gente no olvida, sino que deja el recuerdo en el olvido. Me ilusiona pensar que la corresponsabilidad podría ser la semilla que, al ser regada con constancia, germine en una sociedad distinta.