Podemos imaginarnos un futuro distinto al que tenemos, pero difícilmente éste será una realidad si no empezamos a construirlo.
Podemos imaginarnos un futuro distinto al que tenemos, pero difícilmente éste será una realidad si no empezamos a construirlo.
Es una convicción personal atribuirle a la participación ciudadana, proactiva e informada; la transformación de los espacios y las sociedades. Por esta razón, al conocer, convivir, conversar y/o compartir puntos de vista, sobre todo en contacto con otras culturas, me lleva a reflexionar sobre mi entendimiento en relación con los espacios públicos, la convivencia pacífica y la comunidad.
¿Qué tendríamos que hacer para entendernos?, ¿Cómo conciliar la forma de abordar las necesidades colectivas para resolverlas articuladamente, aunque no tengamos el mismo punto de vista?
Pensando en ciudades fronterizas como Tijuana y Nuevo Laredo, por ejemplo; donde se ve representada la diversidad cultural de México, gracias a la migración interna, al observar la forma tan variada en que las personas se relacionan con el espacio público, se expone nuestra educación cívica. Contrastándola con la del país vecino.
Impulsar la participación de las personas pareciera simple, aun reconociendo que no todas ni todos se sienten atraídos por la idea de involucrarse en actividades para embellecer una ciudad en la que no nacieron, aunque vivan en ella. Como si por arte de magia aparecieran basureros clandestinos o desaparecieran árboles.
Recientemente, se anunció la implementación del programa “Banderas”, lo que permitirá advertir a la población de Mexicali sobre la calidad del aire que están respirando en tiempo real. De esa noticia se desprendió la idea de articular intereses e intenciones con personas que también están convencidas de la importancia de involucrarse proactivamente en el desarrollo justo de su ciudad y país, pero desde un abordaje distinto. Posiblemente, sea más conveniente radicalizar nuestro planteamiento sobre la relevancia de mantener espacios públicos dignos para una sana convivencia. Ponernos dramáticos y preguntarnos: ¿Qué pasa si el hecho de plantar un árbol lo vemos como una cuota para respirar? De ser así, cada persona tendría que plantar al menos 22 árboles si desea disfrutar del gran placer de oxigenar su cuerpo.
Aún y cuando desde Fundación que Transforma se ha logrado plantar más de 5 mil árboles, la mayoría de estos se encuentran en escuelas públicas, casas hogar y centros comunitarios. Tomando en cuenta el número mínimo de árboles que cada individuo debe plantar sólo para respirar; los que hemos plantado hasta ahora, como organización, no son suficientes para abastecer de oxígeno a quienes ocupan dichos espacios. Así que pensemos que los árboles que se han plantado a la fecha, han sido una clase práctica para aprender a plantar los árboles que necesitamos en la ciudad, y reconozcamos que es algo que bien podríamos inculcar e iniciar en casa. Me parece que ya somos suficientes personas con el conocimiento práctico para empezar a plantar los 22 árboles que necesitamos cada quien.
Por lo pronto, me ilusiona pensar en el momento en que nuestros deseos de vivir en una ciudad más verde, limpia y menos contaminada, se vean reflejados en una participación activa cuando de forestaciones urbanas se trata.